Dar respecto al Vampiro y proporcionarle un espejo en el que mirarse

Nos tenemos que enfrentar al Vampiro. Nos da tanto miedo, pero tenemos que afrontarlo. Puede dar miedo porque es prepotente o porque nos transmite un sentimiento de piedad, que tememos que lo oiremos gritar de dolor como una fiera herida, y entonces preferimos darle nuestra sangre. Pero, al revés, tiene ser puesto delante de sí mismo, y una vez ha sido "rehumanizado", se le tiene que ayudar a reparar el mal que ha hecho.

No debemos temerlo, ya que, aunque está deshumanizado y no muestra ninguna piedad, ha venido a la tierra como nosotros, ha llorado y ha sufrido, y antes de convertirse en un Vampiro ha conocido los sentimientos y todo lo que estos implican. En la ilusión de no sufrir más, ha elegido salir del mundo de los vivos, esto es, del mundo de los sentimientos, y entrar en el mundo de los No-Muertos, un mundo donde los sentimientos no existen más, o mejor dicho se sepultan bajo metros de tierra y basura.

No debemos temerlo, porque tiene muchos puntos débiles. Al revés, se puede decir que todo él es un punto débil, aunque no hace sino ostentar su poder. Como ya hemos visto, el primero de sus puntos débiles consiste en vivir en el mito de él mismo: reprocha a los otros su escasa adhesión a la realidad y después, al revés, cede a continuación a los vuelos ilusorios de la retórica de sí mismo y de su poder. Recordémoslo: un Vampiro es siempre un mito, un mito sin fundamentos. Y ya que detrás se esconde siempre una vergüenza, no es necesario temerlo ni secundarlo, sino simplemente seguirlo, alcanzarlo y hacer que se enfrente a sí mismo, frente a un espejo en el que él (como los Vampiros de la tradición, que no se reflejan en los espejos) vea reflejado su Nada.

Para poder llevar acabo esta difícil y delicada operación, hace falta hacer aquello que no quisiéramos hacer nunca, y lo que él teme mortalmente, como el Vampiro de la tradición teme a la cruz: darle respeto. Pero no un respeto hacia su poder, sino un respeto hacia el mismo. Respeto humano, no un elogio servil al poder con el que se identifica.

Como ya hemos subrayado, el Vampiro no puede evitar humillar la sensibilidad de otros, o como mínimo infringir las reglas más elementales de la educación. Cuando esto se produce, normalmente, nosotros estamos durmiendo. En el sentido que no somos capaces ni de detectar el espesor negativo de aquel comportamiento, o que, atrapados como estamos en la tela de araña del Vampiro, sufrimos en silencio, como si el dolor que nos ha inflingido perteneciese al orden natural de las cosas. Hacer esto significa no respetar ni a uno mismo ni a los otros. Y al contrario, como hemos subrayado, al Vampiro se le ofrece respeto, porque ha sido, y podrá volver a ser, un ser humano.

En el breve momento en que, bajo la tempestad de su agresión, nos encontraremos en la bifurcación donde tenemos que elegir si sucumbir a él o ignorarlo con superioridad, debemos recordar que él se ha cruzado en nuestro camino, y que quizá esto tiene algún sentido. Quizá nosotros podemos aprender alguna cosa del hecho de haberlo encontrado, por ejemplo, que podemos liberarnos de su lazo, y que podemos hacer alguna cosa, al revés, muchas cosa, por él, por ejemplo recordarle que los hombres son iguales y que él – lo quera o no - no nació ni mejor ni peor que los otros.

El símbolo de la estaca en el corazón del Vampiro, tan apreciado por la tradición y la literatura, no quiere decir sino esto: que para reconquistar este ser para la gracia de Dios (o sea, a la paz con sí mismo y con los hombres) debemos tocar su corazón, infligiéndole la cuña de esta verdad tan sacra como dura de aceptar: que todos los hombres son iguales.


Tener bien claro el concepto de "sinceridad del corazón"

Si intentamos dar respeto al Vampiro, teniendo con él un diálogo acerca de sus comportamientos que humillan y hieren a otras personas, echará mano de su repertorio de lugares comunes vampíricos: nos tratará de enfermos mentales, nos ridiculizará y nos dirá que nos hemos inventado todo, o quizá se ofenderá y dirá que tenemos una visión injusta de las cosas, y que nuestras reacciones son la prueba del hecho que somos susceptibles, insociables, de nervios frágiles, poco aptos para vivir entre la "gente normal" y en particular para tener relaciones con personas como él, concluyendo que, vista nuestra quisquillosidad, de ahora en adelante evitará ser sincero con nosotros.

En particular usará el concepto de "sinceridad". El Vampiro, de hecho, a menudo refuerza su propio mito afirmando que es alguien "que habla cara a cara", un raro y precioso representante de una especie en extinción: la de los sinceros, los francos, los genuinos, los que no tienen "pelos en la lengua". En la lengua quizá no, pero tendríamos que ver el corazón. De hecho, su sinceridad consiste casi siempre en decir a los otros cosas desagradables o en emitir sentencias descalificatorias.

El Vampiro, en nombre de la sinceridad, hace a trozos la sensibilidad y a menudo, la reputación de los otros, haciendo pasar por un valor moral los que es sólo un afán bestial de prevaricación.

Pero no lo pararemos nunca si no nos convenceremos que la verdadera sinceridad es la sinceridad que viene del corazón, y no la que viene de la lengua. Una sinceridad que el Vampiro no consigue concebir y que no consiste de hecho en llamar jorobado al jorobado, bizco al bizco y lisiado al lisiado. O peor, imaginar que se ven otros defectos que no tienen y echárselos a la cara.

La sinceridad del corazón es una cosa muy diferente, porque se basa en el respeto de la sensibilidad de los otros. Al contrario, sólo gracias al hecho que no se ensañan con los otros (en el lenguaje de los Vampiros: "no ser sinceros") podemos conseguir ayudar a las personas en dificultas y tener un contacto más estrecho con la propia dignidad.

El Vampiro, sin embargo, al ensañarse con los más indefensos, quizá con la excusa de "espolearlos", pero en realidad con la intención de satisfacer su hambre de energía, los empujará inexorablemente hacia la destrucción.

 

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