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La mitificación del Vampiro como efecto del uso
terrorista de la
dependencia afectiva
Este es uno de los temas más dolorosos de todo el sistema de análisis
de las acciones vampíricas. El dolor deriva principalmente del hecho que
se descubre la parte que tiene el vampirismo en muchas de las relaciones
llamadas "afectivas".
El Vampiro, como ya hemos indicado, es alguien, que aun en vida, está
profundamente "muerto" porque se siente sustancialmente una
nulidad y cree con ilusión, que es posible enmascarar su vergüenza
engatusando, mortificando y humillando al prójimo. Y sin embargo, esta es
la condición de muchos seres humanos y la confianza, el compartir, la
convivencia típica de las relaciones afectivas no hacen sino enmascarar
los aspectos más dramáticos de estas condiciones, empujando a tantos
infelices al uso de las artes vampíricas justamente contra sus propios
afectos.
Uno se convierte en Vampiro porque tiene miedo que se descubran las
propias lagunas humanas y psicológicas. ¿Y quien, sino quien vive a
nuestro lado y nos quiere, tiene más posibilidades de descubrirlas? He
aquí como se activan todos los sistemas de defensa posibles, lícitos e
ilícitos, para defender los propios defectos y transformarlos, con una
acción que recuerda la magia negra, en cualidades extraordinarias,
legendarias, casi sobrehumanas. Las características más negativas, más
pesadas, más acentuadas de una personalidad se transforman mágicamente
en atributos que hay que admirar y venerar, porque confluyen en un uno
mítico, casi divino. Un hablar soez, la prepotencia, la torpeza, la más
despiadada presión psicológica, incluso la violencia física se
convierten en una parte aceptable, buena, de la cotidianeidad, cuando se
abraza esta especie de culto a la personalidad.
Y sin embargo a menudo, no hay otra alternativa. Los seres humanos
necesitan afecto, y se contentan con las migajas, si es necesario. A veces
se ven obligados a contentarse con el alimento afectivo envenenado por la
frustración, la infelicidad, la violencia. Y sin embargo, es siempre un
alimento. No hay crimen más grande que dar una serpiente a quien pide
pan, o sea un alimento afectivo sano para poder vivir y crecer. Y a pesar
de todo, hay tantas personas que son culpables de este crimen.
Quien no resista a la tentación de chantajear a los inocentes con el
arma del afecto, se convierte en un Vampiro. Quizá un pobre y miserable
Vampiro. Pero al fin y un enemigo que se aprovecha de la inocencia, un
monstruo, en definitiva.
Los pasos de este terrible esquema se pueden sintetizar en los que
hemos definido como "las seis tesis del vampirismo afectivo":
1) yo me siento una nulidad y por ello me odio;
2) yo quiero aflojar la tensión de mi mísera condición dominando a
alguien;
3) tu me quieres y no puedes vivir sin mi afecto;
4) si te prestas a seguir mi juego y aceptas mi dominio, tendrás mi
afecto; si no lo haces, no sólo te negaré mi afecto, sino que te haré
la vida imposible;
5) las modalidades de aceptación de mi dominio consisten en:
a) la veneración de mis defectos;
b) la mitificación completa de mi personalidad;
6) ahora conoces mi ley: intenta comportarte en consecuencia.

El éxito personal del Vampiro como salida de la confusión afectiva de
sus víctimas
La vasta aplicación de este esquema determina una distorsión
generalizada de la valoración de los defectos y cualidades. Dado que
estamos inmersos en esta especie de hechizo, a menuda acabamos por
confundir un defecto por una cualidad y al contrario.
Cada vez que encontramos una persona dispuesta a querernos, o
simplemente a darnos atenciones "gratuitamente", sin chantajes,
podremos apreciar esta actitud, e incluso sentir una gran admiración por
esta persona, incluso enamorándonos de ella; pero nuestro apasionamiento
por algo tan diferente de aquello a lo que estamos acostumbrados puede
tener una vida muy breve. Enseguida localizaremos en estos individuos
extraños algo de demasiado ajeno para ser sostenido, y comenzaremos a
infravalorarlos justamente porque no nos someten a ningún chantaje.
Confundiremos su disponibilidad por debilidad, y su serenidad por pobreza
de espíritu, y enseguida comenzaremos a sufrir una crisis de abstinencia
de la ya conocida dimensión del chantaje permanente. Es la historia de
tantas relaciones de pareja, en las que uno de los miembros que da afecto
sin dictar duras condiciones acaba por decepcionar, porque no provoca
aquel particular vértigo, aquella pesadilla que se ha llegado a
considerar arte integrante de una captura afectiva. La pesadilla del
Vampiro, claro está.
En Angelo (el relato ya citado en las partes relativas a los síntomas de la
agresión vampírica y sobre la negación de la dignidad ) este esquema se
presenta en toda su virulencia. De hecho, Iván, paga la honestidad de sus
sentimientos sufriendo incluso dos veces la humillación de ver cómo
Angelo, el chulo del barrio, que ha entablado con él una competición
hasta la última gota de sangre, le quita el afecto de una persona querida.
Como recordareis, la culpa de Iván consiste solamente en jugar en el
mismo equipo que Angelo y en tener un gran talento futbolístico que pone
en peligro el astro de este último. La primera a ceder a las maniobras de
Angelo es Livia, la novia oficial de Iván. Aunque sigue estando enamorada
de Iván, Livia cae en el remolino afectivo de Angelo, que primero la
empuja a una traición ocasional y después a las llamas de una pasión
turbia que desembocará en la concepción de un hijo y en un rápido
matrimonio reparador. La segunda vez Iván sufrirá la pérdida de
Marisella, una chica que en el pasado había sido brutalmente dejada por
Angelo y que justamente por la traición de este ultimo con Livia había
intentado el suicidio. Cuando finalmente la relación de Angelo y Livia
está a punto de desembocar en el matrimonio, Marisella había revelado a
Iván su amor, el cual acabó por encontrar en este nuevo afecto una
razón para vivir. (Ir al texto Italiano,
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Francés.)
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